Uyuni, Bolivia
Uno de esos lugares mágicos que nos hacen pensar que la foto está trucada por un instagramer, y que la realidad no puede acercarse a esa imagen, sin duda es el Salar de Uyuni, en Bolivia. Este vestigio de un lago prehistórico es un hermoso vacío de sal en invierno. Pero si tenemos la ocasión de hacer la visita allí poco después de la época de lluvias (en febrero, por ejemplo, dependiendo del año), y la suerte de disfrutar de días soleados, podremos comprobar que no es un sueño ni un montaje: este espejo natural existe y es tan precioso como parece.
Voy a describir un recorrido que hice por allí hace dos años. Es recomendable ir con alguna agencia local, pues este salar es el más extenso del planeta y cuando está inundado hay zonas con aguas más profundas en las que se puede quedar atascado un todoterreno; por si fuera poco, cuesta orientarse en la inmensidad azul, por lo que puede resultar bastante peligroso ir por nuestra cuenta, si no tenemos mucha experiencia en navegación por desiertos o lugares similares. Es una pena, ya que las agencias venden un paquete muy estandarizado que te obliga a hacer visitas totalmente superfluas, especialmente el primer día.
Así hicimos nosotros: aunque teníamos información previa, una vez en Uyuni visitamos algunas agencias para ver qué tipo de recorrido se podía hacer y el coste del mismo. Si no se dispone de un presupuesto bastante abultado, como seguramente tenían los japoneses que vimos después, nos tocará conformarnos con pagar en torno a 300-350€ por persona para el tour “barato” de 4 días que empieza en el pueblo de Uyuni y acaba en la frontera chilena, para continuar hacia San Pedro de Atacama. La calidad del tour por desgracia también depende del guía/conductor que nos toque y de poco más, ya que los alojamientos son los pocos que hay por la zona: apenas oferta en algunos lugares. Es verdad que Uyuni pueblo se está desarrollando muy rápidamente, empieza a haber más hoteles u hostales. Sin embargo, como en tantos sitios, no se presta gran atención a urbanizar antes de construir, y habrá consecuencias medioambientales en el corto plazo, pero el viajero o turista tiene cada vez más opciones para alojarse.
Salimos por la mañana, aunque se hizo algo tarde: el conductor/guía se dio cuenta de pronto que tenía que comprar el pan o recoger algunas cosas, y ver a alguien… ¡La paciencia es una buena aliada en estos casos!
Por fin salimos del pueblo, pero al poco rato nos paramos para ver los restos del viejo ferrocarril, y subirnos si queríamos a ellos. Allí había ya muchas personas, la mayoría jóvenes, que no paraban de hacerse fotos. Temíamos una masificación penosa, especialmente cuando en la siguiente visita obligada, en un pueblecito-mercado de artesanía local, ¡parte de la cual estaba hecha en China!, nos detuvimos otra media hora. Como llegamos de los últimos, estaba asimismo lleno de gente.
Empezábamos a arrepentirnos de haber contratado el circuito cuando llegó la maravilla. Por fin salimos a la carretera y unos kilómetros después enfilamos las pistas de tierra de entrada al Salar: allí el espectáculo de estar inmersos en un espejo infinito donde se reflejaban las nubecillas que había en el cielo de un azul limpio magnífico, y se confundían con la tierra muy ligeramente inundada, fue indescriptible. ¡Una gozada para almas sensibles, hasta para alguno más duro de pelar!
Se apodera del espíritu una intensa impresión de haber entrado a un lugar irreal, de estar en un espacio de ensueño que desdibuja los límites sensoriales.
Sí: incluso los pesados tráileres de dos cuerpos que pasaban a lo lejos no lograban estropear el encanto casi perfecto, ni los otros todoterrenos con turistas, que se habían dispersado en la inmensidad del Salar.
Sin embargo, pudimos ver cerca de nosotros a un grupito que parecía de japoneses, calzados todos con unas impolutas botas de agua blancas, esperando un picnic de lujo que les estaban preparando allí mismo en el espejo de agua, sobre una mesa con mantel inmaculado, rodeada de sillas con largas fundas blancas también.
Nosotros caminamos descalzos, con el agua saturada de sal por los tobillos o más abajo. Al poco, la sal hacía pequeños cortes en la planta del pie y se arremolinaba en la piel en una costra.
Después de pasar las primeras impresiones que nos dejaron con la boca abierta nos hicimos fotos también, esto es inevitable, algunas muy divertidas. Visitamos luego el hotel hecho de bloques de sal, donde pasaron varias ediciones del rally París-Dakkar entre 2014 y 2018. Como colofón perfecto también, vimos la puesta de sol fantástica poco antes de que estallara una tormenta que nos perseguía según volvíamos a Uyuni.
El resto del circuito por el Salar ya lo contaré otro día.