Nos vamos hoy cerca, muy cerca de Atapuerca, paraje mundialmente famoso por sus hallazgos antropológicos. Visitaremos dos enclaves que son menos conocidos, pero hermosos también.
Comenzaremos por el Monasterio de San Juan de Ortega, enclavado en los parajes de Barrios de Colina, provincia de Burgos, que emerge como un faro de historia y espiritualidad en la vastedad de Castilla y León. Fundado en el siglo XI por San Juan de Ortega, esta joya arquitectónica es un espejo del románico español en todo su esplendor. Aunque sus cimientos se remontan al siglo XII, el devenir del tiempo ha dejado su huella en sus muros, testigos silentes de siglos de devoción y cambio.
En su recinto sagrado reposa la tumba del santo. Sus arcos y capiteles, adornados con meticulosidad y devoción, narran historias bíblicas y religiosas que traspasan los límites del tiempo. Además de su valor arquitectónico, el monasterio tiene un significado espiritual profundo para los peregrinos que recorren el Camino de Santiago francés.
Su entorno rural, imbuido de una calma que solo el campo castellano puede ofrecer, añade un encanto singular a la experiencia, convirtiéndola en un remanso de paz en medio del trajín del mundo moderno.
Después de visitar este precioso monasterio hicimos una parada para reponer fuerzas, en el restaurante «Rutas Verdes», situado en Ibeas de Juarros. Los amantes de la «olla podrida» podrán deleitarse allí con este plato.
La Mina de la Esperanza es una mina de hierro ubicada cerca del Monasterio de San Juan de Ortega. Su historia se remonta al siglo XIX, cuando se descubrió la presencia de mineral de hierro en la zona.
La mina fue explotada comercialmente durante varios períodos a lo largo de los siglos XIX y XX, experimentando momentos de auge y declive según de la demanda y los precios del hierro en el mercado.
La sombra de la Guerra Civil Española se cernió sobre sus galerías, convirtiéndola en un enclave estratégico en el tumulto de la contienda. El hierro extraído alimentó a la industria bélica.
Tras el cese de las hostilidades, la mina continuó su labor, aunque también le llegó el declive: los desafíos económicos y técnicos desgastaron sus galerías, hasta que el silencio se apoderó de sus profundidades en la década de los setenta.
Hoy, la Mina de la Esperanza yace en silencio, sus entrañas guardando los secretos de una época pasada. Convertida en un monumento al trabajo y al sacrificio humano, su historia persiste como un eco del pasado, recordando la importancia de la minería en el desarrollo económico de la región.
Aunque ya no extrae riquezas del suelo, su legado perdura como un símbolo de la lucha y la esperanza en la árida tierra castellana.
Al salir de las entrañas de la tierra el sol declinaba y dimos por finalizada esta corta visita a tierras de Atapuerca.