Carta a Namibia.

Lo imprescindible que no te puedes perder.

Querida Namibia, no consigo olvidarte… Ha bastado conocerte algo más de tres semanas para saber que nunca te olvidaré. Tres largas semanas que me han sabido a poco. No es tiempo suficiente para recorrerte y descubrir tus encantos, pero te aseguro que son muchos y me han parecido fascinantes.  
Decidí buscarte libremente, a mi aire; vagar por tus desiertos, tus ríos, llanuras y bosques… Aunque había leído mucho de ti, no esperaba ver los grandes bosques en el norte, al recorrer la franja Caprivi.

Veo que no me equivoqué en mi elección: eres un país joven y hermoso, con una población educada y amable, al menos con quien te trata también con respeto y educación.

Así pues, alquilé un 4×4 camperizado en una empresa de Windhoek (savannacarhire.com), que desde el principio me dio confianza y posteriormente, un servicio óptimo. Y gracias a un viaje perfecto, voy a confesarte cómo me he sentido visitándote.

4×4 camperizado

Comencé por tu parque nacional de Etosha , esa joya repleta de vida salvaje que proteges con tanto cariño. Entré por Anderson Gate desde Outjo; no llevaba allí ni cinco minutos, antes de llegar a la recepción del parque en Okaukuejo, y ya pude apreciar la cantidad tan impresionante de fauna que contenía: cebras, gacelas, antílopes, ñus, o hasta un rinoceronte blanco que pasó junto a mi coche tranquilamente y cruzó por delante de mí, dejándome boquiabierto…

El fantástico Salar de Etosha, tan desértico y vacío en apariencia, acoge a infinidad de fauna salvaje en sus zonas arboladas y sobre todo en sus charcas rebosantes de vida. En ellas, los animales, con una organización innata, conviven entre ellos y permiten que el visitante se sienta dichoso al contemplarlos.

Hoba Meteorite

Al tercer día abandoné Etosha; salí por Von Lindequist Gate hacia Tsumeb. Antes de llegar a Grootfontein me detuve a contemplar el Hoba Meteorite, que me pareció increíblemente bello, robusto, un milagro que todavía está en el lugar donde cayó desde el espacio; eso sí, su caída fue amortiguada por el agua, cuando tu tierra aún dormía sumergida.

Hoba Meteorite

Después subí hacia el norte, a Rundu, para recorrerte durante más de doscientos kilómetros de recta prácticamente perfecta, atravesando pequeñas y familiares poblaciones hasta llegar a cruzar el río Okavango y visitar las cataratas Popa, que no son de mucha altura, pero es un lugar con enorme encanto.

Popa Falls

Tuve la suerte de ver el Okavango con un caudal admirable, lo que hacía que las pequeñas cataratas de Popa rebosaran de actividad, creando un marco cinematográfico. Tuve la suerte también de poder acampar en ellas y disfrutar de la tarde, la noche, el amanecer y la mañana de otro día en su regazo.

Okavango en Popa Falls
Cruzando el Okavango

Después de recorrer la franja Caprivi te abandoné para visitar las cataratas Victoria, el Parque Nacional Chobe, el delta del Okavango y el Kalahari Central, maravillosos lugares. Pero te confieso que me moría de ganas de volver a estar contigo de nuevo.

Poblado franja Caprivi

Regresé a ti por la frontera de Buitepos y luego Gobabis, y volví a Windhoek para iniciar el recorrido de tus desiertos en el oeste.

Windhoek

Me gustó Windhoek; me pareció una ciudad amable, bien organizada, con un leve pasado, pero llena de gente que quiere hacer las cosas bien. Apenas estuve dos días: me quemaban las prisas por llegar a tus maravillosas dunas rosadas de Sossousvlei, así que partí después de desayunar en dirección a Rehoboth, y desde allí enlacé con las fantásticas pistas de grava que me condujeron hacia el atardecer a Sesriem. Acampé y anhelé las visitas que realizaría al otro día, al estar rodeado de tantos tesoros.

Al amanecer me visitaron los órix, con sus largos cuernos rectos recortándose al sol recién nacido.

Dunas rojas al amanecer

Sossousvlei es una zona espectacular. Correr por las pistas de grava dejando pasar las bellísimas dunas, recorrer esos 62 kilómetros cuando acaba de amanecer, con el sol iluminando lateralmente las dunas, mientras la oscuridad contrasta la belleza de sus rojizos colores… También los árboles secos, el ocre suelo del desierto, el silencio, y al final, las pistas de arena; cuatro por cuatro, no importa…, llegar al destino acelerando la velocidad para no quedar atrapado en las blandas pistas de arena es una acción arriesgada, pero a la vez emocionante. Por fin llegué a Deadvlei y bajé del todoterreno. Me emocioné al pasear entre los troncos desnudos y secos, rodeados de dunas rojas; es como si el tiempo se hubiera detenido, como si esas secas acacias estuvieran esperando el ciclo anual para reverdecer mágicamente en una estación que puede durar mil años…

Acacias fosilizadas en Deadvlei

Querida Namibia, adoré volver a recorrer el camino hacia Sesriem, no sin antes circundar el valle de la muerte, el Deadvlei, por la cresta de las dunas con mis pies arenosos, debido al suave viento que movía arriba incesantemente la finísima arena. Más tarde me protegiste del sol amparándome en las angostas paredes del cañón de Sesriem, y agotado, sucio y feliz, abandoné este bello lugar que te hace única.

Hacía Sesriem

El desierto de dunas, la frontera entre la Namibia accesible y el mar de arena de Namibia: miles de kilómetros cuadrados de dunas rojizas incontables e inacabables hasta llegar al océano Atlántico, un territorio infranqueable y desconocido, virgen y único, que forma el espectacular Parque Nacional del Namib-Naukluft.

Conduciendo en la pista de arena

Después de comer inicié el camino hacia el mar. Me esperaban espacios abiertos, larguísimas pistas de grava recorriendo tus entrañas hasta Solitaire, antes de llegar al Kuiseb Canyon y cruzar el mítico Trópico de Capricornio. El paso de Gaub y el de Kuiseb cruzan antiguos grandes ríos que abrieron sendas heridas en tu corteza para formar bellos cañones. Después seguí con el sol poniente en la cara, hacia el océano, por las polvorientas, inacabables y rectilíneas pistas que me condujeron a Walvis Bay, cegando mis ojos y llenando de dicha mi corazón.

¡Namibia, qué distinta y atractiva eres…!

Flamencos Walvis Bay

Walvis Bay es un gigantesco oasis de vida junto al mar, donde la arena juega con el agua y sus enormes lagunas dan cobijo a una de las mayores concentraciones de flamencos de África.

Flamencos enanos

Me encantó el vuelo hilado de estas aves, el preciado vuelo de los pelícanos, los flamencos enanos de ojos rojos y pico morado, a miles en tu laguna…, las veraniegas casas esmeradamente cuidadas en la orilla del mar, el sabor dulzón y de salitre del océano, y llegar a olvidar que estaba en África.

Swakopmund desde el muelle

Swakopmund fue la siguiente sorpresa: calles alineadas con hermosos edificios coloniales, obra de los alemanes que en tiempos pasados quisieron dominarte, al igual que los ingleses a través de Sudáfrica, y de los que tú, sinuosamente, casi sin hacer ruido, supiste separarte; sin casi escándalos, elegantemente… Ya llevas treinta años de tu nuevo reinado, eres casi una niña, pero sabes perfectamente lo que quieres ser de mayor: se nota al hablar con tus habitantes, todos saben que eres el más bello, educado y apacible país de África.

Costa de los Esqueletos.

Pero déjame que siga enamorado de ti, de tu soledad, de tu virginidad salvaje, quiero ver la parte más desoladora que te atribuyen, quiero ver tu Costa de los Esqueletos…

Atravesar el desierto del Dorob National Park, acariciando esa preciosa carretera pegada a la costa, entre el mar y las dunas de arena, que me lleva a maravillarme con los leones marinos de Cape Cross.

Lobos marinos o leones marinos

Nunca había visto una colonia tan sana y numerosa de estos animales. También la laguna en la desembocadura del río Ugab, donde los carteles nos previenen que no nos bajemos de los coches, ya que los leones del desierto y otros felinos pueden acechar, y después, continuar por la más inacabable de las carreteras, para permanecer recorriéndote en la nada absoluta, en silencio, sólo el soplido del viento que borra las huellas de las hienas que recorren tus playas llenas de cientos de esqueletos de leones marinos, ballenas, barcos varados y todo lo que el gigantesco océano te regala. En ti descubrí la belleza de una soledad tranquila, apacible, salvaje y serena a la vez.

En Torra Bay, Costa de los Esqueletos

Abandoné la costa, volviendo a la C-39, después de visitar Torra Bay y su único, solitario y abandonado camping que sólo abren los dos meses de verano -diciembre y enero-, que es cuando recibe visitantes.

La C-39 me sorprendió; días antes, desde Swakopmund, había recorrido el Moonlandscape y el Welwitschia Drive, que según me habían explicado, era la ruta de las Welwitschia mirabilis, plantas milenarias autóctonas que sólo tenéis tú y Angola. ¡Qué caprichosa eres…!

Welwitschia mirabilis

Recorrí cien kilómetros buscando welwitschias y las encontré, casi por casualidad, en la ruta que lleva su nombre. Las admiré y fotografié fascinado, machos y hembras. Los machos con sus pistilos y pequeñas semillas, las hembras formando una bonita piña para recibirlas; son maravillosas, y longevas: llegan a vivir dos mil años. Yo quisiera saber cómo lo han averiguado los botánicos, y por supuesto, ¡a ver quién los contradice!

Pues en tu C-39, cuando atraviesas transversalmente el Parque Nacional de la Costa de los Esqueletos, las welwitschias decoran única y multitudinariamente sus márgenes; no entendí como nadie habla de ello en ninguna guía… Supongo que la poca gente que te visita sabe guardar tus secretos.

Volcanes hacia Damaraland

En Springbok Water Gate se inicia la maravillosa experiencia de entrar desde la costa en Damaraland, donde decenas de rojos volcanes juegan a colorear el rojizo horizonte del atardecer que los ilumina. Es una visión sobrecogedora; perfectos conos, bellas mesetas rojas naciendo de la tierra ocre, con el cielo azul como telón de fondo en una escenografía única.

Petroglifos Twyfelfontein

Y en Damaraland, Twyfelfontein, los petroglifos más bonitos que he contemplado en mi vida; nada que ver con los toscos que he visto en otros desiertos. Bellos y delicados, con cientos de animales: focas, cebras, rinocerontes, jirafas, flamencos, etc.… haciendo referencia a esta zona volcánica tan seca hoy y antiguamente llena de agua y de vida.

Como seguía teniendo días y ganas de conocerte, decidí dirigirme hacia el norte, hacia la frontera con Angola, para seguir disfrutando de tus bellísimos cielos estrellados desde mi tienda de campaña, y recorrer este maravilloso río, el Cunene, que hace de frontera natural con Angola hasta su desembocadura en el océano Atlántico, formando en su cauce las bellas cataratas de Ruacana y Epupa.

Epupa Falls

Hasta estas últimas me dirigí por tus espectaculares pistas C-39 y luego C-43, la cual sigue parcialmente los cauces de los ríos Hoamib y Noideb, a veces rodeado de baobabs, enlazando poblaciones (Palmwag, Sesfontein, Okatumba, Opuwo), y pequeños asentamientos de los himba, que están regresando a ocupar estas tierras norteñas.

Mujeres Himba

Al final de la pista estaba el paraíso, las espectaculares cataratas Epupa, donde el caudaloso río Cunene se desparrama por un cerrado cañón, para regalarnos, en más de un kilómetro, la vista de innumerables saltos de diversa altura y caudal, decorando sus márgenes e islitas cientos de

Epupa Falls desde mi tienda

bellísimos baobabs y otros preciosos árboles que desconozco. Allí, en su orilla, a cincuenta metros de la gran catarata, decido acampar, y sentirme como dije antes, en el paraíso, acunado por las cercanas montañas Zebra y embelesado por la perpetua y ruidosa nana del agua.

Fueron unos días felices y plenos.

No pude llegar a las cataratas Ruacana por una avería en el sistema 4×4 de mi todoterreno. Nos indicaron que la pista, de unos cien kilómetros, que corre paralela al río Cunene entre las dos cataratas, está a veces anegada y es muy peligroso pasarla sin tener 4×4, así que decidí un nuevo destino: regresar sobre mis pasos y recorrerte en sentido inverso, hacia el sur, para visitar el Waterberg Plateau, una meseta granítica sobre tu llanura que alberga varios campamentos y rutas de trekking. Mis últimos días contigo quería sentirte bajo mis pies mejor que nunca…

Gacela Thompson Etosha

Creo que hice una buena elección: rodeado de dik-diks, esos diminutos y asustadizos antílopes de enormes ojos, que allí salen a tu encuentro en los caminos, al igual que los facoceros, kudus, gacelas, babuinos, etc.

Querida Namibia, cuanto más te he conocido, más te he amado, y asombrado de mí mismo, sé que volveré a ti en breve tiempo, pues mi corazón ahora sabe a sal, vida salvaje y desierto, y es feliz.

2 comentarios

  1. Me ha encantado la carta a Namibia y sus imágenes, describiendo su diversidad de manera óptima. Verdaderamente parece un lugar mágico e interesante de descubrir-

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