OPORTO ESTÁ DE MODA
Cuatro días para conocer la animada ciudad portuguesa y sus alrededores.
El año de la vuelta de la pandemia, cuando ya parece que se empezará a poder viajar un poco más, aunque sea con mascarilla, con todas las precauciones y el correspondiente pasaporte Covid preparado, un destino que vuelve a estar de moda y es muy asequible tanto por su proximidad a España como por la oferta de alojamientos, transporte y restauración, es la ciudad portuguesa de Oporto.
Al estar en la desembocadura de un gran río como el Duero, tiene el atractivo de grandes puentes que enlazan la ciudad con la parte de Vila Nova de Gaia al sur, de una fachada multicolor de casas sobre el río, con los rabelos, esas perezosas barcazas que transportaban barricas de vino de Oporto antiguamente, y cómo no, con las puestas de sol sobre las aguas. Pero hay mucho más, tanto en la ciudad como en algunos lugares cercanos.
Os proponemos una escapada de cuatro días en la que la gastronomía, las visitas culturales y naturales se van mezclando y equilibrando para no aburrirse nada y a la vez estar relajados y muy entretenidos. Vamos a hacer un poco más de lo habitual de turistas en este viaje, pero sin dejar de encontrar rincones especiales y compartirlos. Como algunas otras veces, la guía Lonely Planet nos echará una mano.
Primer día
– Llegada en tren, avión (hay aeropuerto internacional, con bastantes destinos directos), autobús o en coche particular. El aeropuerto está conectado con el centro por metro, rápido y bastante barato. También hay buenas comunicaciones con España, especialmente para la gente que viene de Galicia.
El alojamiento es muy variado, en general barato, pero hay que poner atención a si el baño es o no compartido en bastantes establecimientos, aunque sean muy bonitos y bien cuidados. Nosotros elegimos Vila Nova de Gaia, al otro lado del Duero, muy cerca del puente Don Luis I, en la Avenida de la República.
Se pueden encontrar infinidad de visitas guiadas estilo Free Tours (www.freetour.com; https://toursgratis.com/) para tomar contacto rápido con los puntos de interés más emblemáticos de una forma cómoda (y barata: se paga lo que cada persona considere dentro de su presupuesto y de lo que le haya gustado la visita). Suelen duran entre dos y tres horas, recorriendo el centro a pie. Aunque también se puede coger un mapa en papel y lanzarse a caminar por las callejuelas muuuy empinadas: por eso las vistas son tan estupendas en muchas zonas altas de la ciudad. Nosotros fuimos luego a pasear por el barrio de Ribeira, que ocupa buena parte antigua de Oporto, bajando hacia la zona de restaurantes junto al río. Es el paseo entre los puentes de Arrábida y el icónico Puente Don Luis I, obra de un discípulo de Eiffel.
Para hacer una pausa corta en la comida y poder aprovechar a hacer más visitas, un buen sitio es Escondidinho do Barredo, un minúsculo restaurante familiar tipo tasca que está oculto en la segunda línea de callejuelas. Allí se pueden encontrar algunas especialidades locales como los buñuelos de bacalao o de gambas, y guisos de bacalao también, el pescado por excelencia en Portugal.
Luego hay varios puntos de atracción que encontramos fácilmente, como la estación de tren de São Bento –San Benito- con sus espectaculares azulejos historiados, el Palacio de la Bolsa, la Sé do Porto, la catedral románica muy alterada en época barroca, y numerosas iglesias donde también destacan los azulejos azules y blancos de las paredes (sin duda, la Capilla de las Almas o de Santa Catalina, y la Igreja do Carmo son las más destacadas) , Mercado del Bolhão, y otros menos conocidos como el Mcdonald’s de la Praça da Liberdade 126, en estilo Art Déco, muy presente en toda la ciudad.
Pero hay que dejar algo para el día siguiente, así que vamos a última hora a la muy turística Libraria Lello (Livraria Lello e Irmão) para los enamorados del neogótico, y especialmente para los fans de Harry Potter. El ambiente soñador se ve alterado y destruido por la nube de gente que se apiña, aunque a esta hora está un menos concurrida. La entrada, que cuesta 5€, se puede descontar de cualquier libro que se compre.
Para rematar el día, cruzando el famoso puente de hierro, se ve una pintoresca puesta de sol desde la orilla de Vila Nova de Gaia, con unas gaviotas que se acercan a curiosear. Esta es la típica imagen portuense que nadie se debería perder, especialmente si hace una tarde despejada.
La cena en un restaurante de este lado del Duero es fácil de escoger porque hay bastante oferta si se va temprano, antes de las 21 h mejor.
Segundo día
Hay multitud de cafeterías donde se ofrecen los famosos “pastéis de nata”, tartaletas de crema tradicionales, que dan mucha energía para otro día intenso de visitas. Tomamos una en la Pastelaria Nova Gaia. Pronto empieza el gasto: subida hacia Monasterio y Miradouro da Serra do Pilar en Vila Nova de Gaia, para apreciar las vistas del sempiterno puente Don Luis I, sobre el que pasan los vagones del metro, y las casas multicolores de la otra orilla. Es relajante luego un pequeño paseo por el parquecito Jardim Do Morro, nada más bajar la primera cuesta. Luego seguimos bajando esta parte de la ribera hasta el borde del agua, por donde encontramos varias bodegas en las que se hacen visitas guiadas para conocer la elaboración del vino de Oporto. Los rabelos anclados enfrente y las tiendas de souvenirs nos recuerdan que estamos en un lugar preparado para los visitantes.
Muy cerca de la bodega Sandeman, una de las más famosas por allí, se encuentra una de las curiosas obras de arte urbano hecho con basura de Bordalo II (Arthur Bordalo): un gigantesco conejo en la esquina de un edificio. Al poco, atravesamos el puente de hierro por las pasarelas de abajo, subimos callejeando por una zona degradada, pero con varios edificios restaurados ya, en una mezcla del antiguo Oporto bastante depauperado, aunque más tradicional, y el nuevo que recibe capital foráneo y aleja a los antiguos habitantes del centro, en un proceso de gentrificación de libro…
Cerca del edificio de la Bolsa ya cogemos el antiguo tranvía Línea 1 hasta su última parada, con el que nos acercamos hacia la desembocadura del Duero. Allí encontramos el encantador mercadillo de los domingos que hacen en el Jardim do Passeio Alegre, bien cuidado.
Los buenos andarines pueden ya ponerse a caminar junto al mar, para visitar una serie de playas pequeñas del Atlántico, siguiendo la costa hacia el norte (Praia do Carneiro, do Ourigo, Ingleses, da Luz, etc.) hasta la playa de Matosinhos, muy apreciada por los surfistas.
Hay algunos puntos interesantes también, como el Miradouro do Altántico con su columnata color crema, muy “Instagram”; el Castello do Queijo del s. XVII, o la Rotunda da Anémona, llamada así por la curiosa escultura “She Changes” de Janet Echelman que destaca en medio del césped.
En el camino al centro se puede optar por ir en autobús o taxi al Parque de Serralves, con el Museo de Arte Contemporáneo de la Fundação Serralves, la Casa de Serralves, estilo Art Déco, pero en particular, sus 18 hectáreas de jardines en los que además hay instalado un “Tree Top Walk”, para andar entre las copas… vegetales: para las otras hay un restaurante, un Bar Auditório, y una Casa de Chá.
Acabamos el día con una inyección de calorías en Cervejaria Brasão Aliados, donde nos atrevemos con sendas francesinhas -una interpretación local del croque-madame francés, al que se ha añadido bistecs y otras carnes y una salsa densa (también hay una versión vegana, por si os animáis) y más tarde un Porto-tónic en la ribeira de Vila Nova de Gaia, con una relajante vista a las luces de la ciudad sobre el Duero.
Tercer día
Hoy toca de nuevo desayuno en una cafetería que regentan una agradable pareja de argentinos en Vila Nova de Gaia y al otro lado del río cogemos el tren a Aveiro en la preciosa estación de São Bento. Hay que comprar tarjetas Siga (verdes, recargables: acordarse de no tirarlas pues se pueden usar para la vuelta o en otros trayectos, pero son individuales, con una no se puede pagar el billete de otra persona) y validarlas antes de subir al tren, ya que pronto las pide el revisor. En el metro es parecido. Llegamos a media mañana a la Estação de Aveiro con un tiempo soleado, bueno para hacer fotos en esta costa colorida.
Tomamos un café con los ovos moles, hechos con yemas de huevo y azúcar, en la Pastelaria Tricana D’Aveiro, justo enfrente de la estación, también decorada con azulejos blancos y azules.
Nos perdimos por unas callecitas con alguna casa preciosa falta de mantenimiento, después encontramos la zona de restaurantes y cafeterías con unos cuantos clientes, aunque menos de lo que podría ser habitual por la pandemia, y luego llegamos junto a los canales de la “Venecia portuguesa”, bordeados de algunos edificios modernistas, y donde navegan los moliceiros, unas barcazas que se usaban para recoger algas marinas y que ahora pasean a turistas por los pocos canales que circundan el centro; están pintadas de negro, pero las proas muy coloridas muestran escenas bastante machistas, aunque con un punto cómico e irónico.
Junto al canal central se coge el bus directo a Costa Nova, una población que ha crecido mucho, pero que conserva el gran encanto que le dan las casitas pintadas a rayas de colores vivos.
¡El color intenso y el blanco son una constante en estos lugares! Llegamos bordeando la ría de Aveiro, donde se avistan algunos flamencos blancos a esta hora.
La playa es inmensa y, muy ventosa, dominada por olas incesantes y peligrosas pero que rompen en la arena súbitamente. Hay un paseo de madera largo y con buen mantenimiento. Es una lengua doble de calles entre el Atlántico y la ría dentro, un paraíso para deportes como el windsurf o el kitesurf en un lado, y el surf en el otro. Poder nadar en un día así ya es más complicado…
Junto a la albufera está el Clube de Vela de Costa Nova, también cromáticamente encantador. En su restaurante comimos estupendamente crema de verduras, sopa de pescado, y pulpo (polvo, en portugués) sobre verduras, a un precio muy razonable y con un estupendo servicio.
Nos dio tiempo a otro paseo por Aveiro a la vuelta con el bus, antes de coger el tren que nos llevó a la puerta de “casa”, en Vila Nova de Gaia. Encontramos un restaurante italiano cerca, donde sirven unas pizzas bastante logradas…
Cuarto día
El de las últimas visitas y compras en la ciudad.
Sí que vamos a la preciosa Iglesia de los Clérigos, barroca, imprescindible, en la que se puede subir a la torre para tener vistas de más de 40 kilómetros según dice nuestra guía en papel. De paso que visitamos algunas tiendas por el camino, y cafeterías para tomar algo como la Leitaria da Quinta do Paço (donde son famosos los éclairs muy tuneados), visitaremos parques. Los hay a montones, aprovechando que no cuesta tanto mantener el césped verde con las lluvias que suele haber por aquí. Al lado de la Igreja dos Clérigos está el pequeño Jardim de João Chagas, con árboles y esculturas.
Continuamos hacia los Jardins do Palácio de Cristal en los que ha desaparecido el edificio que les da nombre, pero hay varios paseos bonitos y entretenidos como en el jardín de plantas aromáticas, la rosaleda, etc. Además, hay también hay unas vistazas a la ciudad desde unos cuantos miradores, hacia el lado de Vila Nova de Gaia en este caso.
Si nos queda tiempo y ganas de más verde, podemos coger un taxi o autobús hasta el Parque da Cidade do Porto, el más grande de Portugal con 83 hectáreas (el Pavilhão da Água nos gustó, y la cantidad de árboles y senderos son muuuy relajantes…).
Hay muchas otras atracciones modernas y antiguas en esta ciudad, pero ya habría que plantearse una visita de una semana. No nos da tiempo tampoco en este viaje a acercarnos a los campos vinícolas de los alrededores ni a conocer la muy interesante e histórica ciudad de Guimarães a 56 km, así que habrá que volver sin duda por estas tierras.
Me ha sorprendido lo bien organizado que esta el viaje y lo bonito y encantador que es Oporto .Yo estuve y me a gustado recordarlo y seguir aprendiendo pues hay bastantes cosas que se me han quedado en el tintero…me gustaria volver y comer bacalao y un buen polvo?en portugues pulpo en castellano .
Hola Yolanda, »
Nos alegra mucho que nuestra entrada de Oporto te haya traído recuerdos de tu viaje, actualice lo que viste y quieras volver a descubrir «eso que se te quedó en el tintero».
Saludos Descubrirmundos.com