Os vamos a hacer una propuesta para estos días todavía fríos, sea en pareja, con amigos, o solos para mimaros a vosotros mismos. Esto último se nos ha ocurrido hacer en esta oportunidad a nosotros: viaje individual.
Una ocasión de ir a un lugar extremo, casi mítico por sus condiciones tan diferentes a lo cotidiano para la mayoría de los españoles. Nos vamos a Finlandia, esa vecina nórdica de la UE, con la cuarta parte de su territorio al norte del Círculo Polar Ártico.
Nos acercaremos a la parte más inhóspita de un país ya en general con una bajísima densidad de población, que en total no llega a los 6 millones de habitantes.
El recorrido es de sólo seis días, y se centra en una propuesta cultural y de naturaleza, como nos gusta combinar.

HELSINKI, LA CAPITAL ART NOUVEAU ENTRE EL HIELO
Inicio el viaje en un aeropuerto español, pues hay unos cuantos que tienen vuelos directos con Helsinki, la capital finlandesa. En este caso, voy desde Alicante. El vuelo con Ryanair dura casi cuatro horas.
Cojo un tren (4.40€, una hora de transporte público ilimitado, zona C) directo a la Estación Central, una interesante obra de arquitectura Art Nouveau de las muy numerosas que hay en esta ciudad.

Luego cojo un autobús que me acerca a mi alojamiento, donde llego paseando tranquilamente. El sitio elegido está en el bonito y tranquilo barrio de Taka-Töölo, al lado del centro, pero en un área residencial. Las Töölo Towers son un edificio alto de dos torres gemelas, con apartamentos modernos, sencillos y bien equipados. Los encuentro un poco impersonales, aunque con una buena calidad-precio. Además, tengo incluido el desayuno buffet muy completo y variado, y sauna, algo que no puede faltar en ninguna casa o alojamiento en este país.
Después de dejar el equipaje, salgo a comer en el restaurante B5 Black (https://www.b5black.fi, Sandelsinkatu 1). Ahí descubro una particularidad finlandesa que me gusta mucho: el menú del día, de lunes a sábado, con el que pagas un plato y te regalan lo demás: ensaladas variadas, sopa, fruta y siempre café. Los finlandeses toman 12 kg de café per cápita al año.
La ciudad de Helsinki es romántica, no sólo por sus lagos sino también por su arquitectura decimonónica, con un gran abanico de edificios Art Nouveau nacional, y un aire melancólico que acentúa la falta de luz. Estamos cerca del Círculo Polar Ártico y hay menos horas de sol que en el sur.

Febrero es un mes muy frío todavía, aunque ya hay alguna hora de tímido sol. El paseo antes de que se ponga el sol se encamina hacia la paya de Hietaniemi, el parque Toivo Kuulan o el parque Sibelius (Sibeliuksen Puisto), con el monumento al gran músico finlandés, entre otros muchos parques de la ciudad a lo largo de la costa, que se van intercalando con marinas y clubs náuticos, ahora cerrados por el frío. Hay planchas de hielo flotando en el mar Báltico.

No me da tiempo de acercarme a la isla de Seurasaari, donde hay un interesante museo al aire libre. Es una de las 330 islas que hay en la capital finlandesa, lo que constituye unaparte pequeña de las 98.000 que hay en todo este impresionante país.
Compro algunas cosas para poder cenar pronto y descansar en el apartamento, ya que he madrugado muchísimo para venir.
El segundo día desayuno fuerte y salgo para hacer un Free Tour en español (para reservar: FREETOUR.com) de dos horas, con Diego, mejicano residente hace 10 meses en Finlandia, que nos cuenta su experiencia de emigrante y reciente padre de mellizos con su mujer finlandesa. Empezamos la visita en la plaza del Senado, junto al símbolo de la ciudad, la blanquísima y sobria catedral luterana, y

paseamos por los hitos principales: el barrio portuario pintoresco de Katajanokka, donde hay marisquerías, un rompehielos convertido en restaurante y la Catedral ortodoxa Uspenski -recuerdo de cuando este territorio era parte del Imperio Ruso-,

el parque Esplanadi, con la estatua del poeta nacional Johan Ludvig Runeberg (que da nombre a un pastel del que ya os hablaremos en gastronomía finlandesa) y la escultora de las Ninfas Acuáticas Leikki II Aallottaria, la Estación Central de trenes, que ya había visto, el antiguo parlamento, la Biblioteca Nacional de Finlandia, la Plaza del Mercado de Helsinki (Kauppatori), y acabamos en la estupenda Biblioteca central Oodi, que complementa el centro cultural y mediático formado por el Helsinki Music Center, Finlandia Hall, Sanomatalo Building -todo en cristal, incluidos los ascensores- y el Museo de Arte Contemporáneo Kiasma. Hay edificios estilo Art Nouveau y otros modernos que hacen de la visita algo muy entretenido e interesante. El mar Báltico tiene trozos de hielo flotando en algunos lugares, en otros está completamente congelado, aunque este año se nota más el calentamiento del clima, y apenas estamos a 0 grados, ¡ni frío ni calor!
El guía nos habla de las chocolaterías Karl Fazer, «el mejor chocolate finlandés desde 1922», y nos calentamos en un centro comercial, y, sobre todo, al final de la visita, comiendo uno de esos menús de entre semana, con sopa de salmón o patatas asadas con ensaladas variadas en la biblioteca Oodi: visito ya por mi cuenta las salas, donde con el carnet de la biblioteca puedes llevarte prestados instrumentos musicales, o imprimir en 3D, o grabar una canción con los colegas en uno de los estudios totalmente equipados que tienen allí.
Paseo hacia la plaza del mercado y entro para recorrer los puestos de comida local, sobre todo, después de visitar el muelle, donde hay unas saunas públicas para combinar con una zambullida en una piscina de agua de mar casi helada.
En lugar de quedarme alli, prefiero probar la sauna de los Töölo Towers, bien preparada, para acabar el día relajadamente.
El tercer día ya me he acostumbrado a las bajas temperaturas, que no lo son tanto como esperaba; además he venido bien provista de ropa de abrigo. Vuelvo a disfrutar del surtido buffet, que hoy además ofrece los famosos pasteles Runeberg.

Compro un billete de transporte de un día, que abarca 24 horas en cualquier medio de Helsinki, incluido el ferry y el aeropuerto (zonas ABC, 12€), pues quiero visitar Suomenlinna, a menos de 15 minutos de navegación. Es una fortaleza, ahora patrimonio de la humanidad, con montones de cañones, túneles, un astillero, varios museos, un supermercado y cafeterías; hay mucho que ver. El ferry se coge en Kauppatori y deja en la primera de las islas que forman este pequeño archipiélago defensivo, Iso Mustasaari. También simplemente pasear de una isla a otra, cruzando puentes y dejándose llevar, es ya muy agradable. Para más información, la web oficial -en español- es esta: https://www.suomenlinna.fi/es/

A la vuelta, después de comer en un restaurante vietnamita, paseo en tranvía por el centro, y voy hacia la zona de la Universidad Aalto, en las afueras de la ciudad, ya en el municipio de Espoo (Otakaari 24), un campus moderno y muy extenso.
Hago una cena ligera en el apartamento para irme a dormir pronto, ya que cojo un vuelo madrugador a Laponia, la tierra de los Sami, y la estrella de esta escapada.
LAPONIA, EL PARAÍSO SAMI DE LAS AURORAS BOREALES
El cuarto día salgo muy temprano hacia el aeropuerto de Vantaa (Helsinki-Vantaan Lentoasema) que está bien conectado por transporte público con el centro. Cojo un vuelo de Finnair hacia Ivalo, en el extremo norte de Laponia. Voy a conocerla en su más auténtica forma, con nieve en todas partes y teóricamente un frío extremo de hasta 30º bajo cero, y la esperanza, esta sí totalmente romántica, de poder ver alguna aurora boreal. El cielo promete algunos claros, así que mantengo el ánimo alto.

Vuelo contemplando un extraño amanecer rojizo que no acaba de dejar salir al sol, y el paisaje de lagos helados y bosques interminables abajo. Ivalo es un minúsculo aeropuerto con el suelo helado, sobre el que han echado grava volcánica para evitar resbalones: la azafata nos avisa de ello. El sol tardará todavía más de una hora en salir, ya que en este lugar recóndito el día sólo dura 6 horas. Pero es mucho más largo de lo que pensaba, y desde luego, por fin veo el cielo azul despejado. Eso sí, la primera impresión al aterrizar es inolvidable: hay una espectacular y persistente nube estratosférica polar, o nube nacarada, tan intensa que se ve a pesar de la luz previa al amanecer que lo inunda todo. La vista es preciosa, aunque forme parte del proceso de destrucción de la capa de ozono, pues esta nube está compuesta de ácido nítrico y sulfúrico helados a gran altura.

Voy en taxi (35€) hacia el pueblecito de Ivalo, para ver lo que ofrece e ir tomando contacto con el gran norte. Pasear a bajo cero entraba dentro de lo previsto, así que no me molesta, con las polainas protegiendo las botas de Gore-Tex. Tomo un café con un dulce en la caferería Kuuputti

(https://www.kuuputti.fi/) estación de servicio y parada de autobuses, y veo una salida del sol muy lenta, clásica de estas altas latitudes. Paseo por el río Ivalo helado, segura sobre una capa de hielo de más de un metro de espesor, por la que circulan algunas motos de nieve y trineos. Compro algunas cosas en uno de los grandes supermercados de este pueblo, y como una sopa típica de salchicha en Kuuputti, con su pan especial variado y el imprescindible café para terminar.
Cojo un bus público allí mismo (horarios en Etusivu – Matkahuolto). El billete sólo cuesta 9.95€, lo cual es una ganga en este país donde todo es caro, menos las cosas básicas, como la comida, la bebida no alcohólica, el transporte público, la sanidad o la educación… ¡Me gusta Finlandia!

Recorro unos 40 km muy nevados, disfrutando desde el lado caliente del cristal del paisaje llano de innumerables lagos y ríos helados entre los bosques boreales interminables de coníferas -la taiga-, y llego a la misma puerta del hotel Visit Inari (Hotel Inari – Visit Inari, Finland, Lapland), muy bien situado al borde del lago helado del mismo nombre, que es el segundo mayor de Finlandia. El Inari es una superficie inmensa de agua, que se extiende con pequeños laguitos como zarcillos o dedos hacia el mar de Barents bastante más al norte, ya en territorio noruego. El hotel es sencillo, aunque las vistas desde el comedor, donde también se sirven los desayunos buffet (muy variado), son apabullantes ya que ofrece una perfecta panorámica sobre el lago. Si vas sin vehículo es un lugar muy apropiado para poder ver las auroras durante mucho tiempo por la noche y calentarte en la habitación a intervalos.

La recepcionista no es muy amable, y a veces tampoco muy eficiente con lo poco que le pido: que tome nota de que necesitaré un pic-nic de desayuno para el último día, que me iré pronto.
Si se quiere hacer un paseo en trineo de perros o de renos, o hacer excursiones en moto de nieve o para ver auroras desde un sitio sin contaminación lumínica, también ofrece todas estas actividades la agencia local, que acapara gran parte del turismo en tierra sami en Inari: Activities – Visit Inari, Finland, Lapland.

Salgo a pasear sobre el lago, donde hay varias personas que han tenido la misma idea pues no hace apenas frío: dos o tres grados bajo cero. Hay varias motos de nieve que se alquilan allí al lado y circulan despacio unas detrás de otras. Sigo mi paseo hacia el otro lado del pueblo minúsculo, las tiendas de souvenirs y un supermercado en el centro, y más lejos está el «parlamento Sami»/centro cultural Saamelaiskulttuurikeskus Sajo, un edificio moderno con interior interesante. Se pueden comprar también objetos de artesanía sami y comer una hamburguesa de carne de reno allí.
Ceno ligero en el hotel y descanso un rato, para intentar ver luego ese electrometeoro que surge de la interacción entre el viento solar y el campo magnético de la Tierra, que tiene un máximo de intensidad este invierno, como cada 11 años más o menos, y que es lo que me ha traído tan al norte. Sin embargo, aunque el lugar es de los mejores del mundo para ver auroras boreales, he elegido mal el momento del mes, con la luna casi llena. Pero, sobre todo el tiempo nublado hace que esta noche sólo vea una aurora muy intensa, verdísima y veloz, que atraviesa hasta la capa de nubes bañada de luz lunar. Hace más frío que antes, así que me voy a dormir bastante cansada, aunque he disfrutado del día.
El quinto día del viaje comienza con un relajado desayuno en el estupendo buffet con vistas al lago. Me encantan el salmón y pescado ahumado que ofrecen, si bien la variedad del desayuno de los apartamentos Töölo Towers no la superan.
Después me pongo las botas de montaña y las polainas para hacer una excursión fácil y muy recomendable:

Juutuan polku, el sendero que discurre junto al río Juutuanjoki. Lo empiezo junto al puente al lado del parlamento Sami, y subo andando sobre el río helado hasta que encuentro avisos de precaución por hielo fino. Luego sigo hasta el sendero oficial, en el que hay hasta lámparas cada pocos metros, por si se camina por la noche o en días demasiado cortos. Y fríos: también encuentro una cabaña con madera apilada por si algún caminante quiere hacer fuego en un sitio seco preparado para calentarse y cocinar sobre las brasas. El sendero cruza luego un puente colgante sobre el Juutuanjoki, que está helado a ratos, y arrastra diminutos icebergs.

Llego a la hora de comer al Siida – Saamelaismuseo ja luontokeskus (siida.fi), el Museo de la cultura y centro de la naturaleza sami. Una vez más, disfruto allí de uno de esos menús del día con ensaladas, y el plato principal de pasta o verdura con salsa de nata y reno ahumado, y compota y café, con agua o zumo, por muy poco (17€).Luego ya me lanzo a visitar con tranquilidad este museo etnográfico, donde destaca una sala con la naturaleza a lo largo de los doce meses del año en Laponia y cómo los viven los Sami. Es muy recomendable (15€ la entrada).
Una puesta de sol fantástica e interminable me saluda al salir, de camino al hotel, con más nubes estratosféricas preciosas.

Allí me doy una sauna relajante, ceno ligero, y descanso un par de horas, pues me han informado que ayer sí que vieron muchas auroras más tarde: el viento se llevaba las nubes y se despejó el cielo.

Así que miro el pronóstico del tiempo; como dice que dejará de nevar sobre las 23:30, a las 23:45 salgo a la escalera del hotel que da sobre el lago, y aparecen las luces del norte en el cielo, una tras otra, blancas y tenues al principio, ligeramente verdes en cortina después, muy verdes en cascada o línea las más numerosas, hasta que hay una aurora larga y espectacular, que hace un 8 doble al final, pero comenzó como una doble muesca morada… Con esta aurora preciosa doy por terminada la observación, totalmente feliz por haber visto este fenómeno natural en directo.

Duermo pocas horas, pues tengo que madrugar otra vez, para recoger mi pic-nic de desayuno y salir en bus al aeropuerto. Pero la recepcionista se ha olvidado de hacer lo que le pedí, y lo tengo que preparar yo directamente, antes de coger el transporte que llega muy puntual. Antes de coger el único vuelo que no va a Helsinki hoy desde el pequeño aeropuerto de Ivalo, el de Eurowings a Düsseldorf, doy un corto paseo todavía, contemplando otro precioso amanecer. Aunque luego se arremolina la nieve en un visto y no visto: el tiempo es muy cambiante y peligroso en estas latitudes.

Desde Alemania tengo el último vuelo a España, para finalizar una preciosa experiencia en el hielo, que os recomendamos sin duda.