Al plantearnos el recorrido por Namibia, pensé que no debíamos dejar pasar la ocasión revisita su parque nacional más importante: Etosha.
Mi experiencia en los parques de vida salvaje que había visitado en África (en Tanzania y Kenia), organizados por agencias especializadas y profesionales que había experimentado en años anteriores, habían dejado mucho que desear. Por ello no quería volver a repetir la experiencia. Aunque la posibilidad de hacer la visita por mi cuenta, con mi propio coche y medios, dejando al azar los sitios que visitaría, únicamente escogiendo camino… fue una tentación que no pude resistir, y volví al safari.
No obstante, como dudaba de un resultado satisfactorio, no quise dedicar a este safari más de dos o tres días de nuestro ajustado programa apenas esbozado antes de salir.
!Y cómo nos hemos arrepentido!
Etosha, con más de 20.000 km2 protegidos, se merece tres o cuatro días como mínimo, pues en menos tiempo es imposible recorrerlo como se merece.
Sin embargo, vamos a relatar nuestra agradable experiencia en este Parque Nacional del norte de Namibia, en el que los animales aparecen y desaparecen de tu lado sin apenas inmutarse. Se trata de encuentros fortuitos, sin apoyarse en radio controles que los localicen; son libres, tranquilos, y espontáneos nuestros encuentros con ellos.
Para este viaje, alquilamos en Savanna Carhire de Windhoek un todoterreno (Toyota Hilux) camperizado, con dos tiendas de campaña en el techo, una pequeña nevera, material de cocina y camping.
Llegamos al Parque Nacional desde Windhoek, durmiendo en el pueblo de Outjo, en el camping del Etotongwe Lodge (donde ya vimos avestruces y orix en un cercado), pues nos quedaba a medio camino de la Anderson Gate, la puerta por la que elegimos acceder a Etosha. Apenas habíamos recorrido quinientos metros en el parque y ya empezamos a ver cebras, gacelas Thompson con sus bonitas rayas blancas y negras en el costado, y… un rinoceronte blanco que pastaba por la orilla de la pista por donde íbamos a unos cuatro metros de nuestro vehículo sin prestarnos la menor atención, cruzando al poco por delante de nosotros pegado al coche: ¡flipante!
Luego vimos jirafas majestuosas, cientos de gacelas y cebras. Es decir, aún no habíamos llegado al inicio oficial del Parque Nacional en Okaukuejo Rest Camp, en la que está la Etosha Research Station, la oficina central del parque donde compraríamos las entradas (1000 dólares namibios por tres personas y un coche), y ya estábamos «casi» saturados de ver vida salvaje…
En Okaukuejo hay una laguna artificial donde continuamente van a beber los animales, especialmente de desde el amanecer hasta las 10 de la mañana más o menos, y pueden ser observados desde unas gradas y bancos de madera que han colocado detrás de una valla, sin necesidad de hacer un safari. Es una sensación extraña, como un gran zoo abierto donde los animales viven y dejan vivir.
Laguna de Okaukuejo
Nosotros estuvimos sólo un rato y en seguida empezamos el recorrido. Como sólo teníamos dos días, decidimos hacer una ruta lineal desde la Anderson Gate hacia Namutoni, para salir por la puerta Von Lindequist Gate -en honor al fundador de la reserva de animales que dio origen a Etosha-, con una parada nocturna en el Halali Rest Camp, situado más o menos en el centro del parque.
Iniciamos nuestro recorrido según íbamos decidiendo en el momento, escogiendo los caminitos señalizados que encontrábamos sin mirar más que ocasionalmente la guía de Lonely Planet que llevamos. Iban apareciendo todo tipo de animales: innumerables gacelas Thompson, impalas, okapis, rinocerontes blancos y negros, un chacal, hienas, elefantes, cebras, jirafas, ñus, aves de muchos tipos… A la hora de comer habíamos llegado a Halali, donde un baño reparador en la piscina del complejo y una buena comida tardía fueron el colofón de un safari independiente perfecto.
Después paseamos un momento hacia la charca donde por la noche acudiríamos para ver a los animales que se acercan allí a beber, a ver si con mucha suerte contemplábamos leones… pero no: regresamos después de cenar y no apareció ninguno. Eso sí, todo el tiempo fue un ir y venir algo teatral de animales a abrevarse en la charca, con los rinocerontes de protagonistas: incluso estuvo mucho tiempo una madre amamantando a su cría.
Al día siguiente nos levantamos pronto pues queríamos recorrer el resto de la parte oriental del parque y el área inferior del Salar de Etosha, una extensión inabarcable de… ¡nada! Una gran superficie del parque es terreno aridísimo hasta donde se pierde la vista, a veces creando espejismos de lagos en la lejanía. Así que visitamos unas cuantas lagunas naturales más en nuestro camino de Halali a Namutoni antes de salir por la Von Lindequist Gate, y luego seguir hacia la pequeña ciudad de Tsumeb.
Recorrimos las lagunas de Nuamses, de Springbokfontein, de Ngobib, el view point hacia ese desolador y fantástico Salar de Etosha, y por fin la laguna de Chudob, una auténtica arca de Noé por la gran concentración de fauna aún en época de abundancia de agua (bastante al principio de la estación seca, a mediados de mayo); era el paraíso en un lugar del mundo. Por cierto, nos multaron, pues cometimos la imprudencia de querer cambiar de conductor allí mismo: al salir del coche dos guardas del parque nos fotografiaron y dijeron que no se podía ni sacar la cabeza del coche. La multa fue de 50€ a cada uno, algo bastante excesivo. Además no estábamos solos, había cerca de diez coches, pero los guardas nos pidieron que les siguiéramos a un sitio más apartado para rellenar la multa un rato después.
Lo mejor de Etosha es la sorpresa, ¡no la de los guardas!, si no la de los animales: en cualquier recodo del camino se cruza una manada de elefantes, varias de gacelas, o cebras o ñus, o una familia de jirafas, una innumerable lista de animales que se presentan inesperadamente ante ti sin preparativos. Y tú estás ahí asombrado, libre, tranquilo, disfrutando de todo el tiempo del mundo para contemplarlos y maravillarse con su armonía y su paz, sin que nadie te diga que en cinco minutos tienes que volver, aunque sea a un lujoso Lodge…
Esto es una maravilla, volveremos…
Gracias por compartir generosamente una experiencia tan maravillosa.
Hola Rosa,
es un placer compartir con vosotros nuestras experiencias.
Muchas gracias por leernos.
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